LA familia de Nagore Laffage, irundarra de 19 años asesinada el pasado 7 de julio en Pamplona, no descansa. No puede hacerlo, ante la gran injusticia de una Justicia que en vez de reparar el daño cuestiona los hechos basándose en la versión del asesino, único superviviente, y por tanto, única voz presente en el juicio para narrarlos, también por parte de la víctima ausente. La inquietud y la desgarradora desolación de la madre y familiares de Nagore son también las nuestras ante un sistema que falla, y falla mal.
Son múltiples los interrogantes que se ciernen sobre este caso. Para cualquier persona con un mínimo sentido común resulta inconcebible la forma en que los sucesos de aquel fatídico día se han aliado en beneficio del asesino. ¿Cómo es posible que el autor de un crimen de esta gravedad pueda comprar una rebaja de su pena? ¿Acaso por ser más rico es menos vil el acto y el daño causado? Dicho de otra manera, ¿merece más cárcel el que no tiene euros para pagar la "reparación del daño"?
¿Cómo es posible que se interprete y asegure que no hay premeditación en el intervalo, suficiente para cualquier ser racional, entre el acto impulsivo de pegar y la decisión, necesariamente consciente y sostenida en el tiempo, de estrangular hasta matar a alguien? ¿Cómo se puede aceptar como atenuante la supuesta amenaza verbal de la víctima a su verdugo, imposible de probar? ¿Cómo se puede aceptar en un tribunal el recurso a insinuaciones indecentes sobre la honestidad de la víctima muerta? ¿Cómo se puede concluir que el asesino confesó los hechos desde el primer momento, cuando hizo todo lo posible por ocultar el crimen y esconder el cuerpo, limpió el baño de su casa, llevó el cuerpo hasta Orondritz, le cortó un dedo, llamó a un amigo para pedirle ayuda e incluso le amenazó con suicidarse si le denunciaba?
Resulta indignante el solo hecho de que se permitiera, a pregunta de un miembro del jurado, preguntar por la tendencia o no ligona de Nagore, con el único objetivo de activar el prejuicio machista del jurado y provocar el rechazo a su conducta, no estando ella, además, presente para defenderse. Y mientras, se afirmaba en otro tono que el acusado "tenía éxito con las chicas"... Ese doble rasero, cliché sexista y prejuicio mojigato, al parecer predominante aún en nuestra sociedad, es el tipo de discriminación que debemos erradicar, y que en esta ocasión ha sido utilizada por la defensa de un criminal para menguar su culpa a ojos del jurado, a costa de mancillar a la víctima. ¿Cómo es posible que se juegue con el buen nombre y el honor de Nagore, a quien se debía hacer justicia y resarcir, en su memoria, que no en su vida, porque está muerta? Y lo que es más grave: ¿cómo es posible que se dé por buena la versión de la defensa casi en su totalidad, en cuestiones como, por ejemplo, que Nagore malinterpretó sus intenciones al tratar de desvestirla violentamente? Cuando lo único probado es que fue capaz de matarla... O que si Nagore hubiera llamado al 112 el teléfono tendría sangre... ¿Y si no le pegó en la cara hasta después de haber llamado?
Desde el principio existieron serios recelos sobre cuál sería el desenlace de este juicio. Recelos que no se han hecho sino confirmar.
Para quienes hemos asistido al desarrollo del juicio desde la sala o desde la prensa, mujeres y hombres que queremos creer en la igualdad ante la ley, el hecho de que se declarase homicidio y no asesinato la mortal violencia ejercida sobre Nagore, y la aceptación de todo tipo de atenuantes -alguno ofensivo para la inteligencia- nos crea una sensación de fracaso absoluto. Y la impresión de que una vez más ha vencido el prejuicio social, económico y sexista.
¿Cómo se puede considerar atenuante lo que dentro de pocos días dejará de serlo como es lo referente a la ingesta de alcohol?
En una sociedad en la que aspiramos a crear mujeres libres y hombres responsables en el manejo de su intimidad, y en la que la Justicia debe ser tan ciega e igual para todas las personas que no distinga clase social, raza, sexo, religión, cultura y cualquier otra particularidad o condición, el mensaje que se lanza con este veredicto, y con todos sus atenuantes, es el contrario: matar sale barato, si uno es un hombre, preferiblemente blanco y con posibilidades económicas, puede costearse un buen abogado y, además, iba ebrio y sintió su orgullo y su carrera en riesgo por una mujer joven que, ejerciendo su voluntad, se atreve a decirle que no. Seguramente, ni el veredicto ni las percepciones sociales hubieran sido las mismas si el culpable fuera un inmigrante en situación irregular, negro, chino o sudamericano, sin posibilidades económicas, ni formación ni influencias en los ámbitos de poder de Navarra. Ello debe hacernos reflexionar.
Pero sobre todo la dignidad de Nagore Laffage y el dolor de su familia ante una pérdida injusta e irreparable a manos de un hombre que no le respetó su libertad ni, sobre todo, su derecho a la vida, y que en ejercicio de su fuerza y su dominio, la estranguló, escondió fríamente el cadáver y no se entregó hasta que un amigo lo denunció. Deberíamos reflexionar sobre lo poco que hemos avanzado si la sociedad sigue mostrando comprensión a que un ego masculino herido se violente ante la libertad de una mujer, hasta el punto de asesinarla.
Poco avanzaremos si, en lugar de enseñar a nuestros hijos a controlar su ira y a respetar la autonomía de la mujer, tanto como la suya propia, les enseñamos a nuestras hijas a temer esa ira, y a sentirse culpables por ejercer libremente su voluntad en todos los ámbitos de su vida, con normalidad, sin complejos, y con la misma seguridad, fuerza moral y clara legitimidad que sus compañeros, sean del sexo que sean. No podemos dar el brazo a torcer por el bien de las mujeres, actuales y venideras, por el bien de la justicia, y por el bien de la igualdad, en todos los órdenes, ámbitos y dimensiones de la vida.
Firmado por Miembros de Nafarroa Bai, María Luisa Mangado, Eva Aranguren, Itziar Gómez, Nekane Pérez y Paula Kasares .
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